01 septiembre, 2011

Y allí estaba ella, recostada en su cama; semidesnuda entre las finas sábanas mientras, de los enormes y viejos parlantes, una dulce y suave melodía llenaba la habitación de paz y armonía . Se la veía sumida en su mundo, despreocupada; ajena a todo lo que pasaba allí afuera. El sol asomaba por la ventana empapando su fino rostro; iluminándola, dándole color a su pálida piel. Toda la habitación estaba bañada en un color dorado; se podía entrever los finos rayos penetrando en el vidrio. Y ella estaba allí, seguía inmóvil. Ni despierta ni dormida, disfrutando del ambiente y de su calma. Con su mente en blanco, ningún pensamiento indebido cruzaba por su cabeza. Nada ni nadie podía arruinar este momento; su momento.

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